Un hábito con más historia que ahorro
Como cada año, a finales de octubre toca volver a cambiar la hora. Y, como siempre, surge la misma duda: ¿por qué lo hacemos y qué sentido tiene hoy en día?
El cambio de hora consiste en ajustar el horario para aprovechar mejor la luz natural según la estación del año. En primavera lo adelantamos una hora para disfrutar de más luz por la tarde (horario de verano). Y sí, ese día dormimos una hora menos. En otoño, lo retrasamos para que amanezca antes (horario de invierno), y esa noche ganamos una hora de descanso.
La idea de ajustar la hora del reloj para aprovechar la luz natural no es nueva. En el siglo XVIII, Benjamin Franklin ya propuso adelantar el horario para ahorrar velas y aceite mientras era embajador de Estados Unidos en Francia.
Sin embargo, no fue hasta el 30 de abril de 1916 cuando Alemania aplicó por primera vez el horario de verano, en plena Primera Guerra Mundial, para ahorrar carbón destinado a la industria bélica. Pronto le siguieron Reino Unido, Francia y Estados Unidos.
En España, el cambio horario se aplicó por primera vez en 1918 (igual que en muchos países europeos) y se mantuvo de forma irregular hasta la crisis del petróleo de 1973. Desde 1981, la Unión Europea regula esta práctica de forma uniforme:
💡 Curiosidad: ¿Sabías que España debería tener el mismo huso horario que Portugal o Reino Unido (GMT 0)?
Aunque geográficamente estamos alineados con ellos, durante la posguerra el gobierno de Franco decidió sincronizar la hora española con la alemana (GMT+1). Y así seguimos desde entonces.
El cambio horario se mantiene en gran parte de Europa y Norteamérica, aunque cada vez son más los países que lo abandonan.
Aquí viene la gran pregunta. Durante décadas se ha defendido que cambiar la hora ayuda a reducir el consumo eléctrico, pero… ¿sigue siendo así?
El objetivo original era sencillo: aprovechar mejor la luz natural para reducir el uso de iluminación artificial durante las horas de más actividad.
Hace un siglo, tenía todo el sentido del mundo: las bombillas eran incandescentes y el carbón dominaba la producción energética. Hoy, con luces LED, electrodomésticos eficientes y hábitos más diversos, el panorama ha cambiado por completo.
Según el IDAE, el ahorro medio por hogar en España ronda los 6 € al año, y la Comisión Europea estima que el impacto total no supera el 0,5 % del consumo energético.
Aun así, no existen estudios recientes que lleguen a una conclusión definitiva sobre si el cambio horario sigue teniendo un impacto energético relevante.
En algunos casos, dependiendo del clima, incluso puede aumentar el gasto. En regiones frías, donde no se aprovecha tanto la luz natural, incrementa el uso de la calefacción. Y en las zonas cálidas, más horas de sol pueden traducirse en más aire acondicionado.
Además, nuestros horarios han cambiado: ya no vivimos “de 9 a 5”. Muchos comercios y negocios concentran su actividad por la tarde, justo cuando el cambio horario no ayuda a reducir el consumo.
Por eso, el debate sigue abierto: ¿sigue teniendo sentido mover las manecillas del reloj dos veces al año?
Más allá del ahorro energético, el cambio horario también afecta a nuestro cuerpo. Seguro que alguna vez te ha pasado: te cuesta dormir, estás más cansado de lo habitual o te despiertas antes de lo habitual.
La culpa es de los ritmos circadianos, lo que conocemos como nuestro “reloj interno”, que regulan funciones como el sueño, la temperatura corporal, la secreción hormonal o el estado de ánimo. Cuando cambiamos la hora, este reloj se desajusta temporalmente, provocando efectos parecidos a un pequeño “jet lag”:
Algunos estudios también han detectado un ligero aumento del riesgo cardiovascular y de accidentes de tráfico en los días posteriores al cambio de hora. Normalmente estos efectos desaparecen en pocos días, aunque el cambio al horario de verano (cuando perdemos una hora) suele notarse más.
Esta sigue siendo una pregunta sin una respuesta clara..
En 2018, la Comisión Europea propuso eliminar el cambio horario bianual y dejar que cada país eligiera entre mantener el horario de verano o el de invierno.
Sin embargo, no hubo consenso. Y tiene sentido: la diferencia de luz solar entre regiones dentro de un mismo país puede ser muy grande. En España, por ejemplo, el sol amanece casi una hora antes en Menorca que en Finisterre. Un horario fijo beneficiaría a unas zonas, pero perjudicaría a otras.
Por ahora, el Real Decreto 236/2002 mantiene el cambio horario en España hasta 2026, así que seguiremos ajustando los relojes un poco más.
Mientras tanto, el debate sigue abierto. Algunos expertos defienden mantener el horario de invierno, por ser el que más respeta los ritmos naturales de luz y sueño. Otros prefieren el de verano, con tardes más largas y mayor aprovechamiento de la luz.
Lo que está claro es que el cambio de hora ya no convence a todo el mundo, y su futuro dependerá de encontrar un equilibrio entre ahorro, salud y bienestar.
El cambio horario nació en una época donde ahorrar energía era una prioridad. Hoy, con nuevas tecnologías y hábitos distintos, su impacto es cada vez más limitado.
Tiene defensores y detractores, pero todos coinciden en algo: si queremos ahorrar energía de verdad, hay medidas mucho más efectivas que cambiar la hora del reloj.
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